CRÍTICA DE LO QUE EL AGUA SE LLEVÓ EN DIARIO LA NACIÓN

jueves, 9 de diciembre de 2010

En Lo que el agua se llevó, su primera película íntegramente concebida por computadora, la célebre productora británica Aardman parece haber perdido buena parte de la creatividad y del lirismo de los trabajos previos que había concretado con la animación stop motion (cuadro por cuadro) con muñecos de plastilina y que tan buenos resultados artísticos le había dado tanto en los cortos y el largometraje de Wallace y Gromit como en Pollitos en fuga .

No es que Lo que el agua se llevó sea una película descartable, pero ante los valores distintivos de aquellos largometrajes de Nick Park y de Peter Lord, este nuevo trabajo -no sólo desde lo técnico sino también desde lo narrativo- se parece demasiado a la producción animada más estándar de Hollywood. La sensibilidad, la poesía, el desparpajo, la creatividad inagotable del viejo Aardman parecen haber quedado sepultados para dar paso a un film en el que se destacan el vértigo, la simpatía de algunos personajes "interpretados" por las voces de actores famosos y la incuestionable espectacularidad de su diseño.

Hugh Jackman aporta su expresividad vocal para encarnar a Roddy, un ratón que vive en una exclusiva mansión londinense. Cuando la familia se va de vacaciones, todo queda servido para que la mascota disfrute de una temporada sin obligaciones ni censuras. Pero, de la forma más inesperada, aparece Sid (Shane Richie), una andrajosa e invasiva rata que terminará mandándolo por el inodoro al mismísimo sistema de alcantarillado y cloacas de los bajos fondos de la ciudad. Allí, el aristocrático y consentido protagonista se encontrará con un verdadero submundo de ratoncitos trabajadores dominados por un sapo mafioso (Ian McKellen), pero también, claro, con un objeto del deseo llamado Rita (Kate Winslet) que le presentará a su excéntrica familia y lo ayudará a enfrentar al poderoso gángster y a sus secuaces.

Narrada a toda velocidad con (demasiado) largas persecuciones por los ríos subterráneos o los cielos de Londres, Lo que el agua se llevó se destaca principalmente por construir un mundo propio (con sus elementos, sus reglas, sus costumbres, sus personajes) que yace bajo la gran ciudad de los humanos, pero una vez transportada allí la trama no va mucho más allá de esa idea y del apuntado enfrentamiento. Se percibe, entonces, una permanente apuesta por sostener un ritmo trepidante y poca construcción dramática, mucho énfasis en el gag físico y poca ironía inteligente, demasiados personajes secundarios pensados en el efímero lucimiento de los grandes actores contratados (como la rana afrancesada que encarna Jean Reno), pero escasos aciertos a la hora de concebir una pareja protagónica con matices y atractivos suficientes como para generar empatía e identificación por parte de los más chicos.

Con sus aciertos visuales y las apuntadas recaídas narrativas, Lo que el agua se llevó no deja de ser una buena película. Pero lo que para cualquier otro estudio de animación sería motivo de satisfacción y hasta de orgullo, en el caso de la entrañable y rica historia de Aardman esa corrección, esa sensación de normalidad, deja gusto a demasiado poco.

Diego Batlle

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