CRÍTICA DE BICHOS EN DECINE21.COM
jueves, 9 de diciembre de 2010
El tamaño no importa
Bichos (que se edita en vídeo con cuatro carátulas diferentes) se inspira en la conocida fábula de la cigarra y la hormiga de Esopo. John Lasseter toma esa idea y presenta a una colonia de hormigas que prepara sus provisiones para el invierno, mientras unos holgazanes saltamontes pretenden llevarse una parte por la cara. Existe una aceptación inicial de ese estado injusto de las cosas, como si no pudiera ser de otro modo: hasta que la torpe e ingeniosa hormiga Flik se rebela, decide hacer algo. A partir de aquí hay una historia épica (reunir a un grupo de valientes capaz de enfrentarse a los villanos, en una empresa semejante a la narrada en Los siete magníficos), donde se insertan muy bien los puntos de comedia (hasta llegar a los chistes de los créditos finales, que nadie debería perderse).
Flik es un antihéroe con el que se puede identificar todo espectador: no es perfecto, mete la pata con facilidad; pero a la vez es voluntarioso y tiene un deseo sincero de ayudar a los demás. Estas características pueden trasladarse a los insectos circenses que Flik recluta para combatir a los saltamontes, creyendo que son experimentados guerreros. Son relativamente buenos en sus números de circo -relativamente, pues su torpeza les hace, en su trabajo también, deliciosamente vulnerables-, pero no quieren saber nada de peleas; hasta que advierten que las hormigas confían en ellos y toman una valiente decisión.
Hay un gran esfuerzo en definir los personajes: Flik, la reina madre, las princesas Atta y Dot, entre las hormigas; Hopper y su hermano Molt, entre los saltamontes; una pulga, una mantis religiosa, una mariquita, un insecto palo, un gusano, un escarabajo, un gusano, una viuda negra y unas cochinillas, entre los artistas de circo. Todos presentan gestos y animación elaborados, personalidad, simpatía: no producen repulsión. Se trata de un mundo comparable a la serie de dibujos animados La abeja Maya, aunque de una perfección mucho mayor.
¿Qué decir a estas alturas de las imágenes de los pinceles digitales de Bichos? Pues que más y mejor. Los fondos son de un hiperrealismo subyugante, otra vuelta de tuerca a los ofrecidos en Toy Story: el hormiguero, las hierbas del campo, lo que parece un gran cañón, las luces de neón de la gran ciudad. Cosas tan nimias en apariencia como el soplo de una brisa ligera, las gruesas gotas de agua de una tormenta, la luz del día o la oscuridad nocturna iluminada por el fuego, ya sea verano u otoño, adquieren significado propio. Con Lasseter lo pequeño se hace grande, lo increíble toma visos de verosímil.
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