CRÍTICA DE EL ESPANTATIBURONES EN LABUTAC.NET

miércoles, 8 de diciembre de 2010

CRÍTICA por Joaquín R. Fernández

A estas alturas resultaría de necios negarlo: el cine de animación en dos dimensiones ha fenecido. Los grandes estudios se han per-catado de que este tipo de productos son muy rentables en el mer-cado del DVD, pero no sucede lo mismo en la gran pantalla. Los adolescentes sólo aceptan pagar por ver una cinta de dibujos ani-mados si está realizada enteramente por ordenador y si cuenta con una banda sonora repleta de canciones de conocidos (y no siempre reputados) artistas. Aquellos que adoramos obras maestras como "La bella y la bestia" y "El jorobado de Notre Dame" nos tendremos que resignar, puesto que para nuestra desgracia este tipo de filmes ya no están de moda (y ello a pesar del éxito que ha obtenido Dis-ney con "Tarzan" y "Hermano oso", donde mezclaba el habitual clasicismo de sus películas con unos contenidos más maduros y una música atractiva para la juventud).

"El espantatiburones" pretende contentar a todo tipo de público, algo que nunca consigue, ya que no satisface ni a los más pequeños de la casa ni a los jóvenes, como tampoco lo hace con los adultos. Es decir, no alcanza ese equilibrio que sí encontrábamos en "Shrek 2" o en "Buscando a Nemo" (producción a la que, a pesar de lo que se creía en un principio, no se asemeja demasiado). La presentación de los personajes es demasiado larga (algunos de ellos, por cierto, son completamente pres-cindibles, caso de Lola), teniendo que aguardar el espectador treinta minutos antes de que comience la trama central de la película. Además, son numerosos los gags que no provocan las risas esperadas, generando una sensación agridul-ce en la platea, que no termina de simpatizar con las desventuras de Oscar y sus amigos.

¿Lo mejor? No hay duda, la creatividad de los artistas de Dream-Works, capaces de inventar todo un mundo submarino que nos re-cuerda a una caótica urbe pero con peces en vez de humanos. Son divertidas también las múltiples referencias cinematográficas que se suceden en el transcurso del largometraje, en especial todas aquellas que tienen que ver con los tiburones, retratados como un grupo de temibles mafiosos que perturban la tranquilidad de la gran ciudad. Y si bien "El espantatiburones" nunca llega a aburrir (tarea difícil cuando apenas alcanza los noventa minutos de duración), da la impresión de que sus guionistas no han sabido desarrollar una idea que podía dar mucho juego, aparte de que intentan introducir sin fortuna, y dentro de un conjunto supuestamente fresco y desca-rado, elementos muy diversos (comedia, romance, aventura y mo-ralina).

Hay personajes que funcionan (Don Lino), pero la mayoría carece del ca-risma suficiente como para conquistar al espectador, que encima tiene que soportar que actores populares como Fernando Tejero (inaguantable), María Adánez (aunque se esfuerza, no consigue transmitir naturalidad con su entonación) y Natalia Verbeke (tan anodina aquí como en "El Cid. La leyenda") sustituyan a Will Smith, Renée Zellweger y Angelina Jolie. El mejor de todos, como era de pre-ver, dada su experiencia en el mundo de la interpretación, es Pepe San-cho, quien además tiene que prestar su voz al tiburón al que da vi-da Robert De Niro en la versión original (menos mal que la presen-cia de Mercedes Milá es anecdótica). No es de extrañar que, vis-tos los resultados, estén proliferando por Internet ciertas iniciativas para que las distribuidoras no contraten a famosos para realizar es-tos trabajos, por mucha publicidad gratuita que consigan con se-mejante táctica.

A Hans Zimmer, autor de las inolvidables partituras de "El rey león" y "El príncipe de Egipto", no parece importarle que las can-ciones de Christina Aguilera o Justin Timberlake le roben todo el protagonismo, siendo su música eficaz (las notas que subrayan la relación entre Oscar y Angie) e incluso a ratos jocosa (la acerta-dísima parodia que realiza del mítico tema central de "Tiburón" o de la banda sonora de "El padrino"), aunque resulta evidente que "El espantatiburones" está lejos de convertirse en una de sus mejores obras (lógico si tenemos en cuenta todos los proyectos que tiene en su apretada agenda).


CRÍTICA por Juan Beiro Martínez

Desde hace ya bastante tiempo, la salvaguardia de la comedia clásica americana se encuentra en las series de televisión y, de manera aún más clara y purista, en el cine de animación. En la co-media contemporánea, centrada exclusivamente en personajes que no ven más allá de sus hormonas, y tan preocupada por el humor escatológico, por las autoparodias y por el metalenguaje (todo son referencias a otras películas que a la vez parodiaban a otras pelí-culas), no se reconocen ya las formas que tan magistralmente ha-bían establecido directores como Howard Hawks, Billy Wilder o Blake Edwards. Paradójicamente, si hoy en día se quiere ver en pantalla grande a unos personajes ingeniosos envueltos en una aventura de estructura cómica sólida y ritmo endiablado, lo mejor es coger a hijos, sobrinos, vecinitos, lo que sea… por banda, y lle-varlos a la sala de proyección más cercana. El cine de animación norteamericano ha dado últimamente claras muestras de inteligen-cia, y más ahora que se han subido al carro productoras como DreamWorks o Pixar, en eterna disputa por ser los más ocurrentes e innovadores del momento.

El año pasado, Pixar nos sorprendía con "Buscando a Nemo", otro clásico instantáneo de los suyos, que de nue-vo ponía la barrera bien alta para todo aquel que quisiese superar en sabidu-ría y buen hacer el trabajo del equipo de John Lasseter. Pues bien, pocos meses después, la compañía rival ca-pitaneada por el mismísimo Spielberg estrena "El espantatiburones", que casualmente (¿casualmente?) coinci-de con la de Pixar en escenario y pro-tagonistas: pececillos encantadores que viven en las profundidades del océano. En un paralelismo que ya se había vivido con los estrenos casi simultáneos de "Antz (Hormi-gaz)" y "Bichos", la DreamWorks no ha querido ser la perjudicada por el simple hecho de ser la última en mostrar su producto a la audiencia, y para no quedarse atrás se ha hecho con un reparto bien lustroso. Ya quisiera cualquier otra compañía de Hollywood, de las que hacen películas de imagen real, tener el presupuesto capaz de convencer a actores como Will Smith, Robert de Niro, Angelina Jolie o Renée Zellweger, para trabajar todos juntos en un mismo proyecto. De hecho "El espantatiburones" es la primera película de animación que yo recuerde que comience con títulos de crédito al uso, en los que se nos anuncia a los actores que van a intervenir… como si los fuéramos a ver, no únicamente escuchar. Y no, sólo vemos peces… y si la película está doblada, escuchamos otras voces: no hay Will, no hay Renée, no hay Angelina…

Como espectadores, nosotros hemos aprendido ya bastantes ve-ces una lección que Hollywood parece no querer ni escuchar: los fuegos artificiales sólo dejan humo tras de sí. En una rígida estrate-gia comercial, DreamWorks ha recopilado todos aquellos elemen-tos que habían brillado con luz propia en los últimos éxitos de la animación (voces conocidas, humor para todos los públicos, guiños y homenajes cinematográficos), confeccionando así una historieta de lo más aparente y resultona, que funciona mientras es contemplada, pero que se desvanece en las retinas una vez desviada la mirada de ella. Todo resulta frío y prefabricado, una película-fórmula constante en la que cada elemento está tan medido y calculado que carece de vida propia. Como si siguiese a rajatabla las enseñanzas de un manual para guionistas, "El espa-ntatiburones" ofrece una serie de personajes estereotipados (el hé-roe pillo pero buena gente, el tontuelo cándido, la secreta enamora-da, la femme fatale…) que cumplen estrictamente con lo que se espera de ellos, en un guión de estructura previsible del que, si pu-siéramos atención durante la proyección, podríamos escuchar el chirriar de las bisagras que separan el primer acto del segundo, el nudo de la conclusión, un punto de giro del siguiente…

Aun así, dentro de todos estos lugares comunes, de gags resulto-nes pero olvidables, de humor gamberro que se queda a medio camino… "El espantatiburones" destaca por la interpretación para-lela que de su trama se puede llevar a cabo. No hay que tener mu-chas luces para vislumbrar una doble lectura en la historia de ese tiburón bonachón y amanerado, que debe ocultar ante su familia su verdadera identidad por miedo al rechazo, y que incluso llega a trasvestirse de delfín (uno de los gags re-sultones) para sentirse cómodo con su verdadera personalidad. De manera inteligente y para todos los públicos se aborda un tema que, aunque nunca llega a nombrarse, era hasta el momento im-pensable en una película de animación con visos comerciales. Al fin, en ese mundo de bienestar perpetuo como es el de los dibujos animados, todos tienen el derecho a ser felices y respetados, sea cual sea su verdadera identidad.

"El espantatiburones", con su extra-ña moraleja final (renuncia a tus sue-ños y resígnate a vivir tu triste vida), pasará sin duda a la historia de la ani-mación, ya no tanto por sus propios méritos, sino por sus tres grandes re-velaciones. La primera de ellas es po-ner de manifiesto que el cine de ani-mación puede tener tanto o más pro-duct placement que cualquier otra pe-lícula, estando aquí enmascarado tras el tamiz de lo cómico que resulta ver todas esas marcas conocidas camu-fladas en un mundo de peces creado bajo el océano. La segunda, es de-mostrar lo que sus apariciones secun-darias en sus propias películas como director ya anunciaban: que Martin Scorsese es un gran actor cómico a descubrir. Por último, la tercera y más importante de las revelaciones de "El espantatibu-rones" es la que resulta de poner en evidencia las fisuras que ya mostraban algunos de los últimos filmes de animación que le pre-cedían: el humor para todos los públicos es uno de los géne-ros más difíciles de acometer. Muchas veces nos venden di-bujos animados como supuesto entretenimiento para adultos por poseer dos chistes y tres guiños metalingüísticos, perdi-dos entre una marea de ñoñería y buenas intenciones infan-tiles. ¿A quién están dirigidas estas películas? ¿A adultos de alma naif o a niños resabiados? Esta es la lección que Hollywood sí se sabe a las mil maravillas: quedarse a medio camino nunca ha sido una buena opción en el mundo del arte… pero sí en el del comer-cio.

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