CRÍTICA DE LOS INCREÍBLES EN LABUTACA.NET

miércoles, 8 de diciembre de 2010

CRÍTICA por Miguel Á. Refoyo

Un prodigio digital y narrativo

Brad Bird consigue para la Pixar su mejor filme hasta el momento basando su potencial en una perfección técnica absoluta y en el épico homenaje al cómic de los 50

Con cinco largometrajes (las dos "Toy story", "Bichos", "Monstruos, S. A." y "Buscando a Nemo") John La-sseter ha podido erigir una productora capaz de volar sin una Disney que ha vivido estos años como sanguijuela de Pixar, quedando como una incógnita el futuro de la casa del tío Walt. "Los Increíbles" y la próxima "Cars" son las dos últimas producciones compar-tidas por ambas compañías. Todo es debido a la supremacía que Pixar ejerce en el mundo de una animación que aboga por la tridimensionalidad de lo digital que ha impugnado, como marcan lo tiempos, a la animación clásica del 2-D. Pero no sólo los avances técnicos de un género revolucionado con la progresiva tec-nología digital es el centro del éxito de una productora de éxito co-mo la Pixar. Al igual que la que fue ambición del genial marionetis-ta Jim Henson (el creador de "Los teleñecos"), John Lasseter ha creado a su alrededor un estilo de cine y de animación familiar que, sin perder una soterrado mensaje de sutil moralina, sin aditivos ni falsas coartadas, es capaz de contentar y conmo-ver, al mismo tiempo, a adultos y pequeños. Y es ahí donde re-side el potencial comercial de esta fábrica de sueños.

Para su nueva y esperada película, Pixar se ha dejado contagiar por la fiebre de superhéroes que arrasa Hollywood. Pero como no podía ser de otro modo, no ha fusilado ningún cómic, sino que ha tratado de llevar el género a su terreno, donde buena parte de su eficacia reside en su propio carácter desmitificador, especialidad en la cual no se concibe el espectáculo sin dotarlo de un admirable estilo y exquisitez técnica. Sin perder ni una brizna de su esperado humor e imaginación, ‘Los Increíbles’ vuelve a ser una demostra-ción de preponderancia, continuación progresiva de la evolución de la animación por ordenador. "Los Increíbles" cuenta las aventuras de Bob Parr (Mr. Increíble) y Helen Parr (Elastigirl), otrora superhé-roes que tuvieron que dejar de ejercer de salvadores del mundo pa-ra adoptar identidades civiles y llevar una vida normal, rutinaria y fa-miliar, con tres maravillosos hijos (Violeta, Dash y Jack Jack) Cuando Parr recibe un misterioso comunicado al que acude llevado por su vocación heroica, introduce sin querer a su familia en una nueva aventura dentro de una isla perdida para cumplir con la mi-sión que tanto echaban de menos: salvar al mundo de un perverso villano.

Brad Bird, responsable del clásico maldito de la animación "El gigante de hierro" (y de varios episodios de "Los Simpsons") ha tenido libertad to-tal para llevar a cabo esta prodigiosa cinta de animación. Desde su fantás-tico prólogo de clarividente presenta-ción de los personajes, donde los hé-roes son retirados por el Gobierno de su actividad debido a las crecientes demandas de daños materiales y psí-quicos que causan sus acciones he-roicas, Bird no intenta reproducir o clonar actores de carne y hueso, sino que cuida con detallismo ca-da aspecto de la animación caricaturizada en los cuerpos y personalidades, dotándolas de credibilidad y de una vena clásica, convirtiéndolos así con sus acciones y diálogos en perso-najes que trascienden su prosapia arquetípica gracias a sutiles ma-tices que los hacen profundamente humanos. Como si una ‘krypto-nita’ particular de Parr fuera dada por la propia sociedad en forma de vida aburrida, que le ha castigado por hacer el bien (que cada uno saque su subversiva conclusión social), se presentan persona-jes obligados a vivir dentro de los estrechos límites del ‘American way of life’, unos márgenes en los que, más allá de su condición de superhéroes caídos en desgracia, tienen que enfrentarse a proble-mas perfectamente reconocibles por todo tipo de públicos. Una lú-cida y mordaz llamada contra la mediocridad de la vida en los su-burbios rutinarios, no exenta de cinismo, donde subyace la lectura humanista de la película.

Como en casi todos los cómics y exploración reconocida en pelí-culas como "Spider-Man", recientemente en "Hellboy" y en la saga de "X-Men", ‘Los Increíbles’ también invoca a una reflexión sobre la anormalidad, la heterogeneidad a la conlleva ser un héroe y el re-chazo que casi siempre la sociedad tiene ante esto. En todos los casos, esa diferencia debe ocultarse, ya que indefectiblemente no son bien vistos por una sociedad que desprecia a los héroes, obli-gándolos a una vida de cotidianidad mediocre. En el mejor cómic de todos los tiempos, "Watchmen", de Alan Moore, se situaba 'Un-der the hood', pequeña historia donde Hollis Mason es un antiguo superhéroe que en su retiro monta un taller de reparación de vehí-culos. Algo reconocible en "Los Increíbles", que supone la primera película de Pixar que arriesga con sutilidad e ingenio en un cine mucho más adulto, en un cine donde los protagonistas adquieren una perfección absoluta, no sólo a nivel técnico (extraordinario, teniendo en cuenta sus atributos no demasiado na-turalistas de la realidad) sino a nivel narrativo. Y es que, imperan el pasado, sus problemas presentes, sus sentimientos de frustración, de pesar por una vida gris. Algo que permite al espectador entender en todo momento el modo en que se enfrentan a sus problemas y responden ante ellos.

Bird ha creado una joya de la progre-sión, donde el ritmo endiablado de la aventura deja espacios para la refle-xión y el humor, para dejar su tono y estilo exacto, confeccionando una historia de rigurosa exactitud, donde la fuerza de sus diálogos y de la tra-ma imponen la entrega total del direc-tor y su equipo de animadores a una historia que atrapa desde el primer momento y no suelta a un público rendido a las vicisitudes de lo que qui-so ser "Spy kids", de Robert Rodri-guez, y no pudo, pero que Bird logra con creces en una línea narrativa co-losal e hiperbólica. El ingenio se hace patente en la sutilidad con la que se expone la metaforización de los superpoderes llevados a la normalidad, representados en la ruda tosquedad de un padre con buen fondo, en una madre inteligente y flexible con los problemas de casa, en la timidez enfermiza de su hija mayor, la hiperactividad de un travieso hijo pequeño y la incógnita de un bebé de pocos me-ses. O en esa presentación totalmente culminante del malvado de la función que quiere convertirse en un superhéroe admirado por el público, acomplejado por el rechazo que sufrió por Mr. Increíble en su niñez, en la divertida sumisión a la que está sujeto Frozone (el inseparable amigo de aventuras) por su mujer en una secuencia maravillosa en la que el superhéroe negro no encuentra su traje tras muchos años y Edna, émulo del ‘Q’ de Ian Fleming, en un ‘gag’ so-bre las capas que evocan el infortunio de Isadora Duncan y su bu-fanda.

Todo ello con ese citado sedimento de madurez en sus concep-tos al introducir elementos de riesgo como antes no había probado Pixar; el sometimiento al que conlleva la pérdida de libertad, la po-sibilidad de la infidelidad que la esposa llega a intuir en un marido que la puede estar engañando con otra, pero por encima de todo, del uso de la violencia, de la tortura, de la maldad sin concesión a la burla, de malvados esbirros sin nombre ni rostros que mueren en explosiones, sin que a nadie parezca importarle mucho, logrando asimismo un pretendido afecto y admiración con que se trata a la familia, concebida como algo indestructible, con un mensaje explí-cito: el ‘dumasiano’ «uno para todos y todos para uno», sin perder su humor cómplice, familiar, pero en ningún caso ingenuo.

"Los Increíbles" es, además, una suntuosa obra de arte y artesanía, una fiesta de cine de animación clásico, donde Bird demuestra su devoción por el clasicismo de los años 50 y la estética retrofuturista (que evoca al Metropolis de "Super-man"), apostando en todo momento con un toque ‘pulp’ sesentero, donde no falta en ‘pop art’ estético y el ‘high tech’ que hace recordar a Steranko y su ‘Nick Furia’ con la utilización de alta tecnología y ‘gadgets’, lugar co-mún para enfurecidos robots asesinos y aparatos con las más insospecha-das utilidades. Componentes que se subrayan en un sincero home-naje a la serie de James Bond (aunque también de Flint o Matt Helm) más tradicional, de sus aventuras circunscritas a parajes que van desde el refugio volcánico del malo, los centros de opera-ciones, salones y salas metalizadas de torturas, los corredores con naves deslizantes o la selva exótica y tropical. Ambiente en el que no podía faltar una banda sonora compuesta por Michael Gia-cchino y Tim Simonec en claro homenaje a aquellas composicio-nes que hicieron célebres Henry Mancini y John Barry.

Pero si por algo destaca "Los Increíbles", además de esa ca-pacidad de contar su historia, es por la revolucionaria per-fección de sus imágenes, por el inigualable modelado de los personajes, por un diseño de producción con una calidad de la imagen sintética totalmente ilusoria que ha desplegado la desbordante creatividad de los integrantes del equipo capitaneado por Brad Bird. En este sentido, asistimos a un completo catálogo de las técnicas de animación más recientes y complejas, creando para la ocasión nuevos programas elaborados exclusivamente para "Los Increíbles"; como el Goo, el Atmos, el Subsurface Scattering, que permiten apreciar con mayor definición y realismo los múscu-los faciales y corporales, la piel y sus texturas, y, principalmente, los efectos de un filme de aventuras introduciendo realistas explo-siones, fuego, secuencias marinas o subacuáticas. Una joya de imágenes, una de las experiencias audiovisuales más perfeccionis-tas que se recuerden en los fastos de la animación.

Dentro de este delirio tecnológico y digital, el evidente gusto por lo clási-co, la épica del cómic y las miserias cotidianas de la vida en familia, "Los Increíbles" es, posiblemente, el mejor filme animado de los últimos tiempos, debido a que, como en todo lo que hace Pixar, sabe mostrar la realidad jugando al mismo tiempo con la ani-mación y la aventura, sin perder un ápice en su ponderación satírica, por muy fantástica que sea la trama. Esta es la primera vez que la Pixar sólo usa personajes humanos en una his-toria y también es la más larga realizada por ordenador, y eso no resta para expresar, abiertamente, que estamos ante una de las grandes obras del cine de entretenimiento de la actualidad.


CRÍTICA por Tònia Pallejà

Para Increíbles los de la Pixar

Resulta curioso que durante los úl-timos años, algunos de los mayores logros del cine hayan venido de un campo, el de la animación, y más en concreto de aquella producida digital-mente, otrora desestimado por la opi-nión crítica al considerarlo un produc-to poco serio para mero consumo in-fantil. Dentro de este ascenso meteó-rico hacia un justo reconocimiento li-bre de prejuicios —y paralelo a una ampliación de mercado— cabe men-cionar el valor incuestionable de traba-jos como la rompedora “Shrek”, obra de DreamWorks. No obstante, y fuera de toda duda, ha sido la Pixar, en su rentable asociación con la Disney, quien más se ha ganado a pulso un lugar de honor en este panorama, gracias a un puñado de brillantes títulos entre los que se cuentan las dos partes de “Toy story”, “Monstruos, S.A.” o “Bus-cando a Nemo”. Su nueva propuesta, “Los Increíbles”, se suma al carro de éxitos, pero en cierto sentido también marca un antes y un después en las historias de este corte por su alto calibre huma-no y la solidez de un guión, por otro lado altamente disfrutable, que se encuentra en justa correspondencia con su impecable perfil técnico-artístico. Tal vez esta lucidez y desparpajo no se antojen tan insospechados si tenemos en cuenta que vienen de la mano de Brad Bird, realizador al que hemos podido degustar largamente a través de “Los Simpsons”, una de las mejores series para la tele-visión, y la cinta “El gigante de hierro”, que pasó más desapercibida de lo que merecían su calidad y compromiso.

Como ya sucediera con anteriores largometrajes de la fac-toría de John Lasseter, este último proyecto ofrece una doble lectura paralela para niños y mayores, de forma que satis-face a unos y otros sin necesidad de buscar posturas intermedias que no agraden a ninguno de los dos sectores. Pese a todo, “Los Increíbles” —la primera del grupo protagonizada íntegramente por humanos— quizás sea la más adulta de todas, porque nos acerca —aun con toda la parafernalia propia de los superhéroes y los as-pectos cómicos que se derivan— a algunas realidades cotidianas que a los pequeños se les escapan y con las que los grandes en-contrarán rápida identificación.

“Los Increíbles” nos presenta a una familia de superhéroes retira-dos desde hace más de una década debido a cierta mala experien-cia en el pasado, que finalmente regresarán a la acción ante la amenaza de un peculiar villano movido por el mejor motor de todos: el rencor y la frustración. Así pues, esta excepcional película es, en buena medida, una aproximación doméstica al mundo de los su-perhéroes, en donde la sitcom familiar convive en perfecta armonía con el cómic, el fantástico, la ciencia-ficción y el género de espías.

En su primera parte, la más íntima y realista, vemos cómo las capacidades sobrenaturales de estos antiguos sal-vadores de la humanidad y su afán por limpiar la ciudad de malhechores chocan con la obligación de llevar una existencia anónima y discreta como civiles comunes. A través de diferen-tes episodios, asistimos a los inicios del matrimonio compuesto por Mr. In-creíble y Elastigirl, y los sucesos que los apartaron de la vida pública, para ser partícipes, con posterioridad, de los pormenores domésticos y labora-les que asfixian su rutina diaria, tan reconocibles, a la que se han venido a añadir tres retoños que, por aquellas cosas de la genética (ajem), también poseen superpode-res a esconder. En esta tesitura de renuncias a favor de una mejor adaptación a las nuevas circunstancias, el más perjudicado es el cabeza de familia, condenado a un trabajo gris y desesperanzador como agente de seguros —muy apropiado—, quien desde el redu-cido cubículo de su oficina —tan poco oportuno para las dimensio-nes que ha ido ganando su cuerpo a base de años de inactividad— añora los tiempos pasados. Será en la segunda parte, marcada al inicio por la intriga pero, sobre todo, por acción y aventuras a rau-dales, cuando el grupo —hijos incluidos— se vea forzado a reunirse de nuevo bajo su antifaz para frenar las maquinaciones del pérfido Síndrome en una selvática isla desierta.

Si “Los Increíbles” es generosa en su trasfondo psicológico, incluso social —algo que constituye una grata novedad— por sus inquietudes acerca de cuestiones en continuo estira y afloja, como la identidad, la marginación, las crisis de pare-ja, la realización personal, la unidad familiar o el efecto de la opinión pública, tampoco se queda corta en su revisitación de motivos e iconos ya asumidos por la cultura popular. El film abunda en parodias y homenajes al mundo de los superhéroes gestados en las viñetas, dando holgado repaso a figuras como Superman, los Cuatro Fantásticos, Flash o el Hombre de Hielo. Quizás menos re-conocibles sean algunas referencias a “Watchmen” de Alan Moore o Spiderman. Asimismo, los guiños se extienden al cine de cien-cia ficción de décadas pasadas y a famosas sagas cinematográfi-cas, siendo “Spy kids”, “Star wars”, “Matrix” y el agente secreto Ja-mes Bond —hasta en su partitura musical a cargo de Michael Giacchino— las que se llevan la palma.

La labor del equipo de animación generada por ordenador dota a “Los Increíbles” de una factura visual irreprochable. Tanto los esce-narios urbanos, con claros toques retro, y otros ambientes natura-les, donde el agua y la vegetación permiten a los artistas lucirse en su juego, gozan de un grado de verosimilitud que se repite, con si-milar detalle y esmero, en los movimientos, gestos y texturas que revisten a los caracteres humanos, en cuyas fisonomías no prima tanto el dibujo realista como la siempre efectiva caricatura. Tam-bién son especialmente reseñables las proyecciones de luces y sombras que, por su minucioso ajuste a cada escena, dan la im-presión de responder a un trabajo de fotografía tradicional. Pero si esta espectacular carcasa formal cobra plena vida es gracias al respaldo de un ingenioso guión, cargado de emoción y sensibilidad, que con unos diálogos chispeantes, constantes inv-itaciones al humor y situaciones sorpresivas, ayudan a conformar unos personajes muy apreciables que rebosan carisma —entre los secundarios de lujo, no tiene desperdicio Edna Mode, la diseñadora de supertrajes—.

Hablar de interpretaciones en una película sin actores de carne y hueso se traslada al terreno de las voces. En contra de lo que es mi gusto ha-bitual, no pude ver “Los Increíbles” en su versión original, y tuve que conten-tarme con el doblaje en español. Ya se ha convertido en una costumbre fatal que en las grandes producciones de animación, famosos mediáticos, que ni siquiera son actores especia-listas, participen en estos menesteres y su nombre sea usado como un re-clamo más, al margen de sus dudo-sas capacidades. Encontrar, pues, en este reparto de cuerda vocales a personajes como la inefable Ana Rosa Quintana junto a Esther Arroyo, Álex de la Iglesia y Car-los Herrera es para lanzar un “apaga y vámonos”. Por suerte, los caracteres principales han recaído en la voces de profesionales, a cuyo lado el resto no molestan en exceso o directamente desento-nan —caso de Laura Pastor como Violeta, la hija adolescente, o la mencionada Arroyo como Mirage—, pero al menos por un breve espacio de tiempo.

“Los Increíbles” no es sólo un divertido despliegue de talento con indiscutible sello de autor, sino también uno de los films fruto de la animación computerizada más competentes que hemos podido ver en los últimos tiempos. Sus desacostumbradas dos horas de dura-ción no hacen mella alguna y garantizan el disfrute para todos. Y recuerden: nunca usen capa en su disfraz.


CRÍTICA por David Garrido Bazán

Pixar sí que es increíble

Parece mentira que haga apenas diez años que se estrenó "Toy story". Una década le ha bastado a los muchachos de John Lasseter para convertirse, basándonos en un dato tan contundente como el promedio de beneficios por película, en el estudio más rentable de todo Hollywood. Tanto es así que lo que comenzó sien-do una empresa pionera en la animación por ordenador que entró en sociedad de la mano de la casa Disney se ha acabado convir-tiendo, directamente y pese a sus fuertes competidoras, en la mar-ca de referencia esencial para el cine de animación actual, que ha arrasado con cada nuevo estreno, desde las dos entregas de los ju-guetes de "Toy story" a los insectos trasunto de "Los siete samu-ráis" de "Bichos", pasando por el inteligente uso de los temores in-fantiles de "Monstruos, S.A." o la irresistible seducción del mundo acuático de "Buscando a Nemo". En todas y cada una de sus pro-puestas Pixar ha marcado nuevos hitos no ya en el cine de anima-ción, sino en el cine a secas, dignificando su espacio de creación hasta límites impensables hace, insisto, tan sólo una década.

Pero no sólo la innovación tecnológi-ca basta para mantenerse en el trono (y menos con los nuevos retos que supondrá deshacerse tras la próxima "Cars" de su contrato de distribución con Disney y acometer nuevas me-tas) y en Pixar eran tan perfectamen-te conscientes de ello hace ahora cuatro años que cuando Brad Bird (un antiguo compañero de estudios de John Lasseter, curtido durante mu-chos años nada menos que en "Los Simpson" y con una estupenda carta de presentación bajo el brazo: su in-comprendida y espléndida película a reivindicar de 1999 "El gigante de hie-rro") llamó a su puerta con un proyecto completamente distinto a todo lo que Pixar había hecho o estaba haciendo hasta ese mo-mento, Lasseter y su equipo decidieron que era una gran oportu-nidad darle a Bird carta blanca para que explorara la posibilidad de ensanchar aún más sus fronteras, sin que ello suponga precisa-mente perder sus señas de identidad más reconocibles en cuanto a alardes tecnológicos y perfección en el acabado se refiere.
El resultado es esta fantástica "Los Increíbles", una nueva joya de la animación por ordenador y, a la vez y esto es un dato mucho más interesante, una película de autor en toda regla en la que Brad Bird consigue la cuadratura del círculo: por un lado, es una estupenda película de superhéroes en la que se demuestra de una vez por todas y de forma apabullante que la animación es el mejor medio para visualizar las impresionantes proezas que mu-chos de nosotros hemos podido leer en las páginas de cualquier cómic; por otro, Bird consigue aglutinar en su propuesta una idea que en su momento le dio un enorme juego a M. Night Shyamalan en otra película generalmente incomprendida, "El protegido", que no es otra que la enorme frustración que genera en unos seres do-tados con unas habilidades especiales el tratar de disimularlas u ocultarlas bajo una repelente apariencia de ‘normalidad’, que en la película de Bird no es sino una insoportable mediocridad de la que cualquier superhumano (o humano a secas) debería tratar de esca-par a toda costa. Pero aún hay más. Bird se construye de principio a fin un emocionado homenaje a todo lo que uno intuye que para él ha sido esencial en su formación como cineasta, pues en "Los In-creíbles" se dan cita el cine de ciencia ficción de los años 50 y 60 (la época dorada) con las películas de agentes secretos y espías de todas las épocas, todo ello ambientado con un encomiable esti-lo retro de lo más personal que es todo un logro del departamento de diseño de producción y una magnífica banda sonora no menos evocadora de dichas épocas y géneros a cargo de Michael Giac-chino, sin que por ello se descuide en ningún momento la tradicio-nal defensa de la institución familiar como forma de enfrentarse a los problemas (estilo "Spy kids") que tanto gusta en la casa madre, Disney.

¿Parece mucho, verdad? Pues les aseguro que apenas he empezado. Tomen como ejemplo el punto de par-tida de la historia, en la que los super-héroes que pueblan la tierra son obli-gados a retirarse por una sociedad que les desprecia por ser diferentes hasta el punto de llegar al absurdo de demandarles por los daños colatera-les que causan sus actividades dia-rias mientras salvan al mundo (¿un guiño a esa obra maestra del cómic, "Watchmen" de Alan Moore?) y se darán cuenta de la tremenda carga de profundidad de la propuesta: algunos de los mejores momentos de la pelí-cula ocurren en esa primera parte en la que un padre de familia su-perfuerte disimula su capacidad detrás de una mesa en una triste empresa de seguros en la que lo único que puede hacer por la hu-manidad es soplarle a sus asegurados cómo sacarle el dinero con-tra los intereses de la propia empresa y escaparse a hurtadillas pa-ra hacer pequeñas proezas de vez en cuando; una ama de casa con poderes elásticos se las ve y se las desea para mantener unida a una familia desgraciada; una adolescente capaz de hacer-se invisible y crear escudos de fuerza lucha con los problemas de autoestima propios de su edad; un niño hiperactivo dotado de su-pervelocidad descarga su frustración usando sus poderes para gas-tar bromas a sus profesores; y un bebé sin poderes aparentes, que espera su momento para desarrollarse.

Obsérvese que, más allá de los obvios homenajes a los Cuatro Fantásticos de la Marvel (por cierto, flaco favor le ha hecho a la pró-xima película en imagen real del cuarteto la excelsa calidad de ésta) o al Flash de DC, no es nada casual que cada uno de los miembros tenga poderes acordes con su rol familiar o con su situa-ción personal, como tampoco resulta casual que el villano de la fun-ción, Síndrome, no posea poderes propios excepto su descomunal talento tecnológico y que todo su rencor provenga de un sentimien-to de rechazo fácilmente reconocible para todo aquel buen aficio-nado al cómic de superhéroes. Brad Bird maneja con soltura el material con el que construye su película y en ella hay una lectura subterránea bastante más profunda que en anteriores productos Pixar, pues basta con observar el detenimiento y la mi-nuciosidad con la que Bird plasma la frustración de Mr. Increíble y el cambio que se opera en él cuando empieza a hacer aquello para lo que está mejor dotado. Hay un sentido del humor que nace de la amargura de esa situación desconocido hasta ahora en Pixar. Y muy de agradecer por los espectadores adultos.

Por lo demás, es imposible no hacer mención al torrente de acción, lleno de energía y fuerza, que se apodera de la película en su segunda parte, distinta pero igual de interesante, en la que Bird saca pleno partido de los poderes de la familia a pleno rendi-miento: más de uno se quedará con la boca abierta con lo que es capaz de hacer la espectacular Elastigirl o cualquiera de sus vástagos y ese en-frentamiento final por todo lo alto con el robot de guerra de Síndrome (un supervillano con una motivación, al fin y al cabo) en la que tienen momentos para el lucimiento el elegante Frozono (una secundario mezcla de El Hombre de Hielo y Estela Plateada) y hasta un desternillante in-vitado imprevisto. Una última reflexión: es un éxito de la película el presentar a sus protagonistas no como réplicas exactas de seres humanos, sino como estilizadas representaciones de los mismos, sin que por ello desmerezca un solo ápice el magnífico grado de fidelidad conseguido. Que esta lección sirva de referencia a algu-nos.


CRÍTICA por Julio Rodríguez Chico

La familia y uno más

La asociación Disney/Pixar, a pesar de las últimas desavenencias y de un futuro incierto, continúa dando obras maestras en el mundo de la animación: mientras que la primera distribuye, la segunda se encarga de producir apostando por unos guiones sólidos y una tecnología en 3D de cuidada elaboración. Ni la fuerte competencia de DreamWorks con "Shrek", ni sus propios éxitos con "Toy sto-ry", "Monstruos, S.A." o "Buscando a Nemo" les han restado em-puje, y John Lasseter ha echado mano del guionista y director Brad Bird para recuperar a los superhéroes modernos. El resulta-do es una historia de fuerte calado humano y social, a la vez que atractiva y agradable en su factura visual.

Los miembros de la familia Parr, de clase media pero un tanto pe-culiar, se esfuerzan por pasar desapercibidos y ocultar sus extraor-dinarios poderes, en medio del ostracismo social. No es fácil, pues supone renunciar a su propia identidad, vivir en la rutina de unas vi-das ordinarias y anodinas. Pero han decidido sacrificar su potencial solidaridad para desarrollarse como una familia más. Todo discurre sin novedad, entre renuncias y alguna que otra compensación a es-condidas, hasta que un orgulloso aprendiz de superhéroe propicia su vuelta al “trabajo”.

Asistimos al dilema de estos curio-sos personajes entre los deberes con la comunidad y la necesidad de sal-vaguardar la propia familia, entre la autenticidad de ser ellos mismos o sumirse en la vulgaridad, entre el sen-tido de cooperación familiar y el indi-vidualismo construido sobre el propio yo. Bien sabe el villano maquiavélico que destruir a todos los héroes signi-ficaría igualar a todos en la apatía y encumbrarse él como salvador. De nuevo, el Bien frente al Mal, el sentido de servicio frente a la vanidad, la fide-lidad y humanidad frente al oportunis-mo egocéntrico. Visión oportuna para estos tiempos de globaliza-ción y homogeneización, pues se resalta el carácter único de cada persona y se invoca a no perder nunca la propia identidad en el se-no familiar, a la vez que se otorga una dimensión social al individuo a partir de sus cualidades: todo un programa en tres dimensiones que Pixar ha puesto en animación.

Con abundantes referencias a otros films de animación y de ficción, con el sustrato de la más reciente literatura de cómic de superhéroes, Bird construye una historia con un niño que mantiene vivo su afán de juego y superación, una adolescente que vive su pri-mer amor, una madre afanada en la protección de su prole, y un cabeza de familia que atraviesa cierta crisis de madurez. Todos los elementos necesarios –y ciertamente tópicos– para captar la aten-ción de un público amplio. Curiosamente, quizá el espectador infan-til sea el que quede más marginado y al que le resulte difícil enten-der los matices de algunas situaciones, a pesar de que pueda en-trar en vibración con el ritmo vertiginoso de persecuciones y peleas, con el sentido aventurero y fantástico de algunas secuencias, y con algún que otro elemento hilarante.

El guión no tiene resquicio ni fisura: logra mantener la aten-ción y el ritmo sin ningún momento de caída, y toma perfec-tamente el pulso al espectador alternando escenas emotivas con otras de acción, momentos cómicos con otros dramáti-cos. La estética del cartoon y el esmerado diseño informático de texturas de pelo, músculos o expresiones faciales, se completan con el tono amable y familiar de Disney/Pixar.

Una entretenida y ambiciosa película, ejemplo del espíritu de su-peración de la factoría Pixar, que gustará más a jóvenes y adultos que a niños, y paradigma de una cuidada factura formal que tam-bién goza de un profundo contenido antropológico y social.


CRÍTICA por Joaquín R. Fernández

Brad Bird es uno de los realizadores de series y películas de ani-mación con mayor talento de los últimos años. No sólo ha trabaja-do en "Los Simpson", probablemente uno de los productos más inteligentes que jamás se haya hecho en la televisión, sino que fue el máximo responsable de esa joya de los dibujos animados lla-mada "El gigante de hierro". Ahora asume un enorme riesgo al es-cribir y dirigir una cinta que se ha elaborado gracias a la utilización de las últimas técnicas digitales y que se aleja de los habituales largometrajes de Pixar (y no digamos de Disney), pudiendo afirmar con rotundidad que nos encontramos ante un filme orientado al pú-blico adulto, si bien parte de su contenido también puede ser disfru-tado sin problemas por niños y adolescentes.

"Los Increíbles" presenta dos partes claramente diferenciadas. Por un lado se nos narra la historia de una familia que vive sumida en una rutina con la cual todos nos identificamos, bien sea el trabajo, los baches que puedan existir en la relación de una pareja, los problemas que acarrean los hijos o lo difícil que resulta pasar de la ju-ventud a la madurez; da igual, de al-guna manera la personalidad del es-pectador puede verse reflejada en al-guno de los personajes. Lo más cu-rioso de todo es que el director se toma su tiempo para contarnos estos pasajes del relato, algo poco habitual en una cinta de este género. Sin embargo, y tal y como se nos da a conocer en el prólogo de esta nueva obra de Pixar, nos hallamos ante unos individuos muy peculiares: superhéroes que han de ocultar su identidad después de que la sociedad que antaño los reclamara no desee saber nada de ellos tras unos cuantos incidentes en los que unos civiles no salieron precisamente bien parados.

Ahora bien, ¿han de vivir estas personas en ese forzado anonima-to y no ayudar a la humanidad sirviéndose de los dones que po-seen? Esta pregunta se responde en la segunda mitad del largome-traje, donde se despliega todo un fastuoso homenaje al fasci-nante universo de los superhéroes, de ahí que aquello que en otras películas pudiera asemejarse a una lastimosa falta de ideas aquí se transforma en un estupendo cúmulo de guiños a estos indi-viduos de poderes extraordinarios. Los Cuatro Fantásticos, The Flash o Superman (la ciudad en la que residen los protagonistas se llama Metroville, una mezcla de Metrópolis y Smallville) son algu-nas de las referencias al mundo de los cómics que uno puede en-contrarse a lo largo de las cerca de dos horas que dura "Los Increí-bles" (algo insólito para estar hablando de un filme de animación).

Pero el asunto no queda ahí, pues Brad Bird mezcla con habilidad otro de sus géneros preferidos, el de los espías, de ahí la magnificencia de la guarida del villano, muy propia de la saga Bond, por no hablar de la partitu-ra de Michael Giacchino, quien sin embargo se ve demasiado supeditado a una música muy frecuente en las producciones de los años sesenta, con un inconfundible sonido a lo John Barry, quien en su día estuvo involu-crado a este proyecto. Tampoco fal-tan otras semejanzas con una de las trilogías más famosas de la Historia del Cine, algo que no nos ha de extrañar si tenemos en cuenta que George Lucas fue en su día propietario de Pixar (me refiero en concreto a las escenas de Dash corriendo a través del bosque, que nos recuerdan a "Star Wars: Episodio VI. El retorno del Jedi").

"Los Increíbles" funciona tanto en sus escenas intimistas y emoti-vas, quizás estas últimas demasiado breves, como en su especta-cular segunda hora, un nítido ejemplo de cómo desarrollar un argu-mento convincente, unos personajes carismáticos y unos diálogos ingeniosos, algo que no suele suceder en las superproducciones que nos llegan desde Hollywood. Todo ello provoca que la cinta sea tan entretenida que a uno se le pasa volando, de tal forma que incluso a veces tendemos a olvidarnos del impresionante trabajo que han llevado a cabo los artistas de Pixar, quienes han creado las facciones de los humanos como si de caricaturas se trataran, aunque sin descuidar, dentro de esa particular fisonomía, que sus gestos, su piel, su cabello o sus trajes parezcan reales. Algo pare-cido sucede con los paisajes y con los efectos especiales, hasta el punto de que superan en calidad a otros largometrajes que preten-den apabullarnos con un abusivo uso de la tecnología digital.

Cabe hablar por último de los intér-pretes, en este caso de los doblado-res españoles. Cuando me enteré de algunos de los nombres que presta-rían sus voces a determinados perso-najes se me pusieron los pelos de punta. Últimamente las distribuidoras están cometiendo verdaderas atroci-dades en este terreno, caso, por ejemplo, de "El espantatiburones". Por suerte, la aparición en el reparto de famosos como Carlos Herrera, Ana Rosa Quintana, Manuel Jimé-nez y Álex de la Iglesia pasa com-pletamente desapercibida, estando los personajes principales doblados por profesionales del medio. Si bien se puede reseñar la corrección de Emma Penella como Ed-na, una de las protagonistas más curiosas y divertidas de "Los In-creíbles", pues diseña los trajes de los superhéroes, no sucede lo mismo con Antonio Molero, quien da vida a Frozono, si bien es cierto que probablemente sea el sujeto menos interesante de todos los que pululan por la historia. Finalmente, la labor de Esther Arro-yo como Mirage es poco convincente y no resulta natural en su papel. A pesar de estos inconvenientes, no hay duda de que nos hallamos ante uno de los divertimentos más recomendables de 2004 y, por qué no decirlo, ante una de las mejores películas de este paregórico año cinematográfico.

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